¿A quién le importa el pelo de Halle Berry?
Este artículo iba a llamarse 'Los mejores momentos feministas de los Oscar', pero no hubo ninguno en las cuatro horas de gala
Madrid
Este artículo iba a llamarse Los mejores momentos feministas de los Oscar, pero no hubo ninguno. Ni uno. La alfombra roja empezó y acabó sin pena ni gloria para el discurso feminista. La gala pasó sin pena ni gloria para el discurso feminista, ni una sola alusión a las cifras del sector. Eso sí, se habló mucho del pelo de Halle Berry.
¿A quién le importa la peluquería que haya elegido Berry? A no ser que se entre en el debate de la simbología racial de los rizos de la actriz estadounidense, tener que hacerse esa pregunta ya es algo clarificador en una noche que, según el último estudio del Women’s Media Center, arrastra números que no son una sorpresa: un 20% de mujeres en las categorías técnicas y una bajada de dos puntos porcentuales respecto a las nominaciones de 2016, ninguna directora, una guionista (Allison Schroeder junto a Theodore Melfi por Figuras ocultas en la categoría de Mejor Guion Adaptado), y una directora de documental (Ava DuVernay por 13th, que ya fue la primera directora negra nominada al Oscar a la Mejor Película por Selma en 2014).
Jimmy Kimmel abrió ligeramente la puerta a las mujeres cuando dedicó parte de su discurso a Meryl Streep en el monólogo de apertura, y aunque no puede considerarse una reivindicación feminista, sí fue visibilización y reconocimiento, con una ovación en pie de las butacas del Dolby Theatre; algo parecido a la emoción del aplauso cuando Taraji P. Henson, Octavia Spencer y Janelle Monáe, las protagonistas de Figuras ocultas, dieron la bienvenida a Katherine Johnson, la matemática encarnada por P. Henson que calculó, entre otras muchas trayectorias, la del Apolo 11 para llegar a la luna en 1969. Pero ni siquiera ellas, cuando presentaron la estatuilla a Mejor Documental, dijeron algo más que una obviedad: “Son historias que merecen ser contadas”.
En general, las mujeres tuvieron la misma cabida en los discursos que en los Goya: agradecimientos, madres y esposas que han sido apoyo y empujón de los ganadores que levantan una estatuilla… Ni la presidenta de la Academia, Cheryl Boone Isaacs, se acordó de hacer la más mínima mención a un lugar tan obviamente masculinizado como Hollywood, aunque en esta 89 edición hubo nueve mujeres nominadas como productoras en la categoría de Mejor Película, el mayor número de nominaciones de cualquier categoría, en parte por el cambio en las reglas de admisión que Boone llevó a cabo cuando hubo dos años sin ningún nominado de raza negra entre los 20 actores. Quería doblar el número de mujeres y minorías, "que fueran parte de la conversación”, explicó en una entrevista a este periódico.
Tal vez a los Oscar de este año le hiciese más falta poner toda la fuerza en esas minorías, en contra del muro de Trump, del veto de Trump a la inmigración, de las palabras de Trump, de Trump en general. Pero una lucha no debería eliminar otra. Hasta el verano pasado, las mujeres y los negros eran la principal batalla de los premios de Hollywood; en julio la Academia vendió su renovación invitando a 683 artistas a ser miembros, quiso que se supiera que de los invitados de 2016 un 46% fueron mujeres y un 41%, negros —las filas hasta entonces estaban compuestas por un 90% de blancos con un 75% de hombres—.
Desde que Estados Unidos está bajo el mando del republicano, y a pesar de las constantes polémicas (y ampollas) que levantó al alardear públicamente de denigrar y acosar a las mujeres, la situación ha cambiado. Su política está tan centrada en la inmigración que ellas han salido de foco: no considera a las mujeres en ningún sentido, tampoco como amenaza, no existen más allá de la ornamentación. Y cuando Trump arremete contra un colectivo y olvida a otro, la sociedad se vuelca en defender al atacado, y se despista del segundo. Con tanta lucha para unos, se corre el riesgo de extender el apagón sobre el resto, y el resto en este caso es la mitad de la población mundial.
De esa mitad (alrededor de un 49,6% de algo más de 7.500 millones de personas), hay algunas voces que se escuchan más y que no deberían desaprovechar ni una sola ocasión, ni la más mínima ni la enorme. Los Oscar hubieran sido ese momento gigante para decir algo, cualquier cosa, como se ha hecho muchas otras veces. Pero no ocurrió nada más allá de "lo que las mujeres pueden conseguir cuando quieren mear" que Jimmy Kimmel recordó al hablar de Figuras ocultas. Ni Viola Davis (mejor actriz de reparto), ni Meryl Streep (que celebraba su nominación número 20), ni Emma Stone (mejor actriz)... Nada en un mundo donde todavía existen categorías que excluyen a las mujeres en un 100%, como la fotografía.
Al menos Emma Stone se llevó la estatuilla a casa como mejor actriz por La La Land (que no, no ganó aunque lo pareciera durante dos minutos), esa película para algunos sobrevalorada que, más allá de la discusión musical sobre el tratamiento del jazz, fija la idea de que el amor no lo puede todo, de que los sueños individuales importan tanto como para dejar atrás al "príncipe azul", y de que a veces no hay finales felices y comilonas con perdices como estamos acostumbrados, y no por ellos son peores, son reales.
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