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domingo, 27 de abril de 2014

EL MUNDO ADENTRO DE JORGE FRANCO

EL MUNDO ADENTRO DE JORGE FRANCO

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El escritor colombiano, ganador del premio Alfaguara de novela, está logrando con su obra ser uno de los mayores traductores de cómo fue “que Medellín se jodió” en los setenta.
“¿Cuándo se acaba el premio?”, le dice su hija Valeria a Jorge Franco, tan solo seis días después de anunciado que ganó el Alfaguara por su novela El mundo de afuera, una historia que narra a la Medellín de su infancia. Desde entonces el teléfono no ha parado de sonar, y para la niña de ocho años es un drama que su papá no haya podido siquiera despedirla para irse al colegio. Ella lo mira mientras posa y habla frente a cámaras y grabadoras de periodistas de todo el mundo que intentan decir algo sobre un escritor que ya es más famoso por las adaptaciones de sus novelas Paraíso Travel y Rosario Tijeras a la televisión y al cine. Más que por sus libros. Y no es que pocos hayan leído su obra, incluso conocen a sus personajes como si hubiesen vivido con ellos, pero pocos han explorado al paisa de fisionomía pulcra, mirada hermética y risa más bien parca que les da vida a esas historias. A Franco le espera un año entero de compromisos de promoción con la editorial y de viajes a ferias, festivales y conversatorios que lo alejarán de lo que realmente hace un escritor: escribir. Contrario de los músicos, que igual hacen música cuando están de gira, los escritores se convierten en una suerte de panelistas y los premios literarios no buscan otra cosa que convertir a los autores en rockstars.  “Para mí ir a ferias del libro a citar autores y todo eso me parece fatal porque no me acuerdo quién dijo qué. Yo sé que hay cosas que leí por ahí que me sirvieron, pero no me considero intelectual. Creo que tengo un don, pero como el del futbolista que mete goles y luego no sabe dar declaraciones. Igual, con el premio vienen los amores, pero con la publicación vienen los odios. ¡Odian a García Márquez, no lo van a odiar a uno!”. La timidez de este rockstar no dista mucho de la del “rarito” que de joven estudió Literatura (aunque no la terminó), que fue muy solitario, y que utilizó la lectura como terapia, pero luego encontró la escritura. “Yo antes me sentía más amarrado, más contenido y escribir me sirve muchísimo”. Franco sabe que esto de la literatura siempre ha sido y será un asunto de minorías. “A pesar de que voy mucho a colegios, trato de no inculcarles el libro como una cosa intocable o formativa, sino como un instrumento de placer, y un antídoto contra el aburrimiento. Que lean lo que quieran, novela rosa, autoayuda, lo que les dé la gana”. Hay ciertos escritores que se avergüenzan de sus primeras obras. ¿Siente algo de ese pudor? Yo les tengo cariño a los cuentos porque comencé por ahí en los concursos. El primero que me gané fue el Carlos Castro Saavedra y como el premio era la publicación del cuento (Viaje gratis), me dieron setecientos libros que me tocó mercadear a mí solo de librería en librería. Después publiqué mi primer libro de cuentos, Maldito amor (que ganó otro premio que ya no existe, el Pedro Gómez Valderrama). En él hay cuentos rescatables e incluso he querido recuperar elementos de allí. Algo así como volver a escribir sin saberse escritor porque es un momento sin compromiso, sin afán, como buscando y probando. Me sentía muy suelto. En cambio, la primera novela, Mala noche, sí tiene un tono al que hubiera querido bajarle. Había mucho afán de literatura, frases demasiado elaboradas. Incluso leyendo a Rosario siento un poquito de demasiado dulce. En Melodrama le bajo al melodrama. Le quité el azúcar. Muchos lo encasillan en el género de la sicaresca. ¿El mundo de afuera tiene algo de eso? Sí, pero desde ya se desdibuja un poco la historia, porque los medios hablan de una novela sobre el secuestro. Y para mí el hecho del secuestro fue tan solo una excusa para contar la historia de una obsesión, de un hombre de clase popular que se obsesiona por una princesa. Ha sido una lucha inútil tratar de huirles a los encasillamientos. En Paraíso Travel me propuse no mencionar siquiera la palabra narcotráfico, como dándome un punto. Ahora no me importa tanto porque me he propuesto darle a cada novela su sabor sin que deje de saber a mi pluma. En esta novela la violencia es la dosis de humor, como lo decía el jurado cuando me comparaba con Tarantino, porque esta gente es tan torpe en la violencia que parece un chiste, a pesar de que fue un golpe tan duro para la sociedad. Parece un cuento de hadas, pero habla de esa valla entre clases, de esa cerca de por medio, que lo es todo. Es curioso que lo comparen con directores de cine y no con escritores. ¿A qué escritor le gustaría parecerse o intentó imitar en sus inicios? Está Shakespeare como una referencia muy fundamental, en el sentido de que recoge todo, lo abarca todo: el odio, los celos, la envidia, el poder, incluso el humor…, hasta lo más íntimo se puede ver en sus sonetos. Ahí está toda su desgracia, toda su sinceridad, frente al amor, frente a la vejez. Luego, soy muy amante de la literatura norteamericana. Cormack McCarthy, quizás Faulkner, aunque no soy tan arriesgado en el experimento con respecto a la estructura y las voces. Yo trato de irme por una narración más convencional, a pesar de los saltos de tiempos. De hecho lo que estoy escribiendo ahora mismo intento contarlo de manera cronológica sin hacer saltos ni elipsis: empezar aquí, terminar allá, porque no he sido capaz. Alguna vez le oí a Juan Gabriel Vásquez (citando quizás a Javier Marías) que hay escritores de brújula o mapa. Los de mapa tienen un camino trazado clarísimo, saben cuál ruta van a tomar, cuántos días se van a demorar en cada parada y en cambio los de brújula miran para arriba y siguen una estrella sin tener tan claro hacia dónde va su historia. ¿Qué clase de escritor es usted? Brújula, definitivamente. A veces hay historias en las que uno medio prevé un final. Como que veo por allá a alguien con una linterna haciéndome luces, pero no sé por dónde voy a llegar, si me voy a ir en línea recta, si me voy por Mosquera, o por Fusagasugá o quizás por Ibagué para llegar a Medellín [risa tímida].¿Cuál fue esa linterna que iluminó el camino para El mundo de afuera? Pues surgió de un caso de un secuestro real, y estuve en la búsqueda de los expedientes porque me causaba curiosidad saber por qué habían terminado matando al secuestrado. Y como no sabía nada de los bandidos, quería saber si había pasado algo entre ellos, pero no pude encontrar nada. Hoy en día agradezco que eso hubiera pasado, porque así pude construir con más libertad al personaje de mi novela, el Mono Riascos, y crearle una historia. Eso me hizo centrar mucho en mi intención de recuperar parte de la infancia para contar (me robo la frase que sigue) “el momento en que se jodió Medellín”. Ahí quizás también me iluminó el hecho de ser padre, porque eso me llevó a la búsqueda, no de momentos Kodak, pero sí de emociones, sensaciones y curiosidades. Ese hecho tonto de recoger un palito del piso con sorpresa. Ahí me fui encontrando con mil cosas. Todo lo demás sucede frente al computador, escribiendo. Lo cierto es que llega a Medellín. Medellín es a Franco lo que Nueva York es a Woody Allen… Digamos que no he podido separarme de Medellín en mis historias, no sabría decir por qué. Lo que uno hace como lector y como escritor está muy ligado a la infancia, y esa Medellín violenta fue la que me tocó. Sin embargo, eso es un telón de fondo. Mis búsquedas van más por el lado del amor, en Rosario Tijeras, por ejemplo, igual que en Paraíso Travel. Quizás en Melodrama y en Santa Suerte me enfoco en la familia, porque en la cultura paisa es una cosa muy fuerte, esas relaciones de odio y de amor que son un microcosmos de nuestra sociedad. Allí está la violencia, como escenario, pasarla de largo al hablar de Medellín de los años setenta para acá sería desconocer algo muy evidente. El mundo de afuera muestra ese momento en que se nos agrietó el piso, donde apareció la fisura que comenzó a abrirse hasta que nos fuimos todos por ahí en los ochenta. La novela concursó bajo el título Aquel monstruo indomable (un verso del poeta boyacense Julio Flórez) pero se va a publicar como El mundo de afuera… Lo pensé como título definitivo. Julio Flórez es un personaje invitado a la novela, es un referente para el Mono Riascos, el protagonista de extracción popular que en su afán de acercarse al mundo vedado del castillo, se aprende unos poemas de Julio Flórez y es su poeta favorito. En la realidad Julio Flórez fue el poeta de los de alpargata y hasta lo adaptaron a bambuco o a pasillo, era muy patético, y se refería al amor como “Aquel monstruo indomable”. Sin embargo, pensé que esta historia, más que hablar del amor, habla de dos mundos, así que El mundo de afuera abarca más el sentido de la novela, aunque tuve la duda. En entrevista a El País dijo que esta novela era el día antes de la tragedia, Rosario el día de la tragedia y la que está escribiendo el día después. ¿Encuentra cierto que hay más urgencia en escribir sobre la desdicha que sobre la felicidad? ¿Funciona en esta novela como una suerte de añoranza? Creo que la felicidad siempre se narra en tanto opuesto, como comparando. En realidad todas las novelas plantean un proceso de búsqueda de la felicidad. Se cuenta la felicidad como proceso, no como meta. Los escritores en ese sentido somos muchas veces crueles y no la dejamos llegar, porque es lo que pasa la mayoría de las veces en la realidad, que no se logra. La felicidad es un gran estado permanente de éxtasis y de alegría utópico, por lo cual simplemente la esbozamos como postales.